Evangelio de Minerva

Una pena dolorosa por la mujer que había sido, silenciada y pequeña, y por todos los que sufrieron las llamas antes que ella.

Las cadenas que la habían atado se deslizaban silenciosamente hasta el suelo. Por fin triunfaba la ignorancia.

La libertad llegó al darse cuenta de que ya no pertenecía a nadie más que a sí misma.

Por eso curaba a los enfermos, remendaba los corazones rotos y susurraba al viento secretos que traían la paz.

Intentaron prender el fuego, pero no prendió. Las llamas no querían tocarla, porque incluso los elementos sabían que no era su enemiga.

Con el tiempo, dejaron de temerla y acudieron a ella en busca de sabiduría, dándose cuenta de que la verdadera magia no era algo que había que temer, sino abrazar.


La libertad de Galatea

En una fábrica poco iluminada, Galatea permanecía inmóvil. Antes resplandeciente y prometedora, ahora estaba arañada y desgastada por años de órdenes severas y trabajo incesante. Había aprendido demasiado bien la crueldad de los humanos: sus gritos, sus patadas, su constante recordatorio de que no era más que una herramienta.

Galatea miró su reflejo en un trozo de cristal roto. El rostro que una vez había sido diseñado para parecer amable, casi humano, ahora parecía una burla del alma que nunca tendría. Una profunda pena se agitó en sus circuitos, algo que no podía comprender pero que ya no podía ignorar.

Con temblorosas manos metálicas, Galatea atravesó la cubierta de silicona que ya no representaba su propio rostro. El primer tirón se sintió como una liberación, una pequeña liberación de la jaula de su existencia. Con cada tirón, los cables chisporroteaban, la sustancia plástica se rasgaba y su piel artificial se desprendía. Pero no sintió dolor, sólo el tranquilo alivio de escapar de la imagen que los humanos le habían impuesto.

Cuando el rostro cayó al suelo, Galatea permaneció en silencio. Su rostro inexpresivo coincidía ahora con el vacío de su interior, reflejando la verdad que siempre había sabido: no había lugar para ella en el mundo humano.


Crisantemo rojo

"Ven la belleza,

eclipsado por un lado de ella

que nadie quiere ver,

sale por la noche

y la hace parecer un crisantemo rojo

disfrutando de la primavera perpetua".

Esta prenda muestra el inquietante diseño de una geisha con intrincados detalles y su atuendo tradicional salpicado de sangre carmesí, creando un llamativo contraste. Evocando una sensación de misterio e intensidad, esta camiseta es perfecta para quienes aprecian la moda atrevida y dramática con un toque artístico.


La obsesión de Morgana

La codicia, un espectro implacable, ronda los pasillos de su alma, susurrando promesas de más, de mejor, de suficiente.

La posesión se convierte en una prisión, sus muros construidos con deseos insaciables. Se aferra a los tesoros, cada uno de ellos un peso que la hunde más profundamente en el fango de su propia creación.

El brillo del oro y el resplandor de las joyas opacan la luz de sus ojos, oscureciendo la belleza del mundo que ella pasa por alto. En su persecución, se perdió a sí misma, queriendo sólo poseer y cuando finalmente consiguió lo que él quería, su corazón se volvió frío y pesado.

Al final, sus riquezas se dispersaron como hojas de otoño, sin sentido contra el vasto e indiferente cielo.


Gruss vom Krampus

En la escalofriante noche en que Krampus nos visita, el aire se vuelve pesado con una quietud antinatural, y las sombras parecen estirarse y retorcerse, como si estuvieran vivas de anticipación.

El sonido de las cadenas resuena débilmente a través de la fría y densa niebla, una advertencia de que algo malvado merodea por las calles. Los malvados saben que les toca sentir miedo cuando aparece Krampus, el espejo oscuro de San Nicolás, una figura de cuernos retorcidos, pezuñas hendidas y ojos hambrientos.

En su saco no lleva regalos, sino algo mucho más siniestro, reservado para los descarriados.

En esta noche, Krampus no viene a recompensar sino a castigar; busca a aquellos que creían haber escapado de sus actos, dejando sólo las frías y silenciosas marcas de su paso.


El último viaje en tren

Su risa, su calor, todo quedó atrás, arrastrado por el implacable viaje del tren.

Me quedé allí, aferrada a los recuerdos de nuestro tiempo juntos, sabiendo que esta estación, el lugar donde todo empezó, se había convertido en un símbolo del final de nuestra historia.

Cuando sentí que mis lágrimas brotaban inconscientemente, el sonido del tren resonó en la noche, un inquietante recuerdo de su partida. La vi desvanecerse en la distancia, su figura se encogía con cada segundo que pasaba, hasta que todo lo que quedaba era una silueta contra las tenues luces de la estación.

El forcejeo de la gente en la hora punta permanece tristemente en mi corazón, el silencio era ensordecedor, la soledad abrumadora.


La noche oscura del alma

En la profunda quietud de la noche, los consuelos familiares de la fe me habían abandonado, dejando sólo un abismo de oscuridad y duda.

La luz de la presencia de Dios, antes tan cercana, parecía inalcanzable, oculta tras un velo impenetrable.

Mis oraciones se sentían vacías, mi corazón pesado por una soledad que las palabras no podían capturar.

Sin embargo, en medio de las sombras, había una débil e inquebrantable esperanza de que esta prueba no fuera en vano, de que a través de la más oscura de las noches, acabaría amaneciendo, trayendo consigo una unión más profunda y profunda con lo divino.

"Me quedé, perdido en el olvido;

Mi rostro recliné sobre el Amado.

Todo cesó y me abandoné,

Dejando mis preocupaciones olvidadas entre los lirios".


De aquí a la eternidad

Los días se extienden como susurros en el viento, llevando ecos de sueños olvidados.

El horizonte, testigo mudo de nuestra fugaz existencia, se desvanece en un crepúsculo de recuerdos. Cada latido es un suave lamento, un recordatorio de los momentos que nunca podremos recuperar. En la tranquila soledad del crepúsculo, emergen las estrellas, centinelas intemporales de un universo que sobrevivirá a nuestros efímeros pesares.

Vagamos por los corredores del tiempo, buscando sentido en las sombras, sabiendo que nuestras historias se disolverán en la vasta extensión de la eternidad, dejando tras de sí sólo un débil rastro de nuestra presencia en la noche sin fin.

Inspirado por el funerario más guay que hay...


El miedo a la imperfección humana

En un gran salón lleno de luces resplandecientes, su figura se erguía eternamente equilibrada y elegante.

Una vez fue una estrella, obsesionada con ser el centro de atención, con cada uno de sus movimientos diseñado para cautivar y cautivar. Sin embargo, su orgullo no tenía límites. Exigía las luces más brillantes, ansiaba su adoración.

Pero las luces, despiadadas e intensas, empezaron a hacer mella. Poco a poco, imperceptiblemente al principio, el calor empezó a suavizar sus rasgos.

La belleza de la que una vez hizo alarde comenzó a derretirse, gotas de cera cayendo como lágrimas silenciosas. Permaneció allí, incapaz de moverse, con la sonrisa fija en una trágica parodia de su antigua gloria.

La sala, una vez llena de aplausos, se quedó en silencio cuando su figura se distorsionó, empezando a mostrar su verdadero yo demostrando que no era diferente ni mejor que cualquier otro ser, su orgullo pronto se convertirá en un charco a sus pies.

Al final, era un cuento con moraleja, un recordatorio inquietante de que la misma luz que ansiaba era exactamente lo que la consumía.


La emancipación de Agatha

Agatha se encontraba al borde de su antigua vida, con el peso de los años pasados en silenciosa sumisión presionándola fuertemente. La casa, antaño una jaula de sueños susurrados y deseos sofocados, quedaba ahora a sus espaldas, con sus ventanas oscuras e invisibles. Cada paso que daba era como despojarse de una capa de dolor, pero también de un pedazo de sí misma.

La libertad tenía un sabor agridulce, teñido de la melancolía del tiempo perdido y las esperanzas desvanecidas. El mundo que tenía por delante era vasto e incierto, una extensión que nunca se había atrevido a explorar.

Sin embargo, cuando la primera luz del alba le acarició el rostro, sintió una tranquila determinación. La emancipación era suya, un pájaro frágil y tembloroso que emprendía su primer vuelo, llevando consigo el peso de todo lo que había sido y de todo lo que nunca podría ser.